sentido más restringido. No he intentado escribir una historia general de la guerra, porque ya hay muchas. El objeto de este trabajo, más que describir la evolución de los hechos, es explicar sus resultados. He limitado las descripciones a las partes del conflicto que me parecen decisivas; primero las zonas de combate y luego los restantes elementos de la guerra: la producción, la tecnología, la política y la moral. Por lo tanto, muchos aspectos conocidos se tratan sólo de manera sucinta. Se ha dado al frente oriental la importancia que sin duda merece, pero las batallas del Pacífico y la guerra chino-japonesa tienen aquí un papel secundario. Está de moda ver en la utilización del espionaje y el contraespionaje una diferencia decisiva entre los dos bandos, pero no estoy tan convencido de ello como para dedicar al tema todo un capítulo. Donde queda claro que la actuación de los servicios de inteligencia tuvo una importancia especial, el relato se ha introducido en la narración: todo se ha orientado a responder del modo más directo a la pregunta de «¿Por qué ganaron los Aliados?».
Hay varias respuestas convencionales. Una suposición muy extendida es que los países del Eje fueron vencidos por el puro peso de la fuerza material del enemigo, que inevitablemente debía prevalecer en una época de guerra industrializada. Cabría añadir a ésta otra suposición afín: Alemania, Japón e Italia cometieron errores fundamentales en la guerra, y el menor de ellos no fue querer abarcar demasiado y luchar simultáneamente contra Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética. Ninguna de estas conjeturas es satisfactoria, y mentiría si dijera que el contenido del presente libro no es en cierto modo una respuesta a las mismas. Cuanto más he trabajado en la historia de la Segunda Guerra Mundial, mayor ha sido mi convencimiento de que su resultado no tuvo una explicación simplemente material, sino que hubo también importantes causas morales y políticas. También soy escéptico acerca de que las potencias del Eje fueran las causantes de su propia derrota, en lugar de ser vencidas por el denuedo de los Aliados. Es evidente que ambos bandos cometieron errores, pero el resultado en el campo de batalla dependió esencialmente del enorme progreso de la eficacia militar de las fuerzas aliadas. A los Aliados no les sirvieron la victoria en bandeja, sino que tuvieron que luchar por ella.
Esto pudiera parecer obvio a quienes vivieron la guerra, pero es algo que pocas veces se subraya como es debido. Estoy en deuda con todos los veteranos del conflicto con quienes he hablado y a quienes he escuchado. Su testimonio me ha inducido a pensar de un modo más crítico en el triunfo aliado. Pero he contraído muchas otras deudas por el camino; demasiadas como para mencionarlas. Me gustaría dar las gracias en particular a Ken Follett, que ha leído más partes del manuscrito que nadie; también a Andrew Heritage por ayudarme con los mapas; y a Geoffrey Roberts, Peter Gatrell y Mark Harrison por echarme una mano en relación con algunos aspectos de la participación de los soviéticos en la guerra. También debo mucho a mi editor, Neil Benton, y a la encargada de preparar el texto para su publicación, Liz Smith, ya que ambos han contribuido muchísimo a mejorar el manuscrito que puse en sus manos. Mi agente, Gill Coleridge, ha tenido más paciencia de la que merezco. Por último, unas palabras de gratitud para mi familia, que me ha prestado mucho apoyo desde el principio hasta el fin. Mi esposa, Kim, nuestra hija Alexandra y mis hijos Emma, Becky y Jonathan han tenido que soportar meses de laboriosa redacción durante los cuales he estado irritable y preocupado. Espero de ellos que piensen que el resultado ha justificado su tolerancia y mi ensimismamiento.
Richard Overy, marzo de 1995
Producción armamentística
de las principales potencias.
1939-1945
Bibliografía selecta
La siguiente lista contiene todos los libros y
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